Gárate, presidente de la ASCM, asegura que la experiencia compensa con creces a sus posibles riesgos. «Casi ningún TBC -así llaman a los condenados a trabajos en beneficio de la comunidad- se ha ido sin volver por aquí a decir hola», comenta. Como máximo responsable de la asociación, asegura que las personas que van a cumplir sus penas «vienen a ayudar y a colaborar con nosotros, no a portarse mal».
Por eso les recibe con los brazos abiertos, y trata de facilitarles la tarea en la medida de lo posible. Todavía recuerda el día en que recibió a sus primeros TBC: «Fue estupendo», relata Gárate, que todavía tiene en mente a la primera persona que pisó la entidad para cumplir su pena. «La primera vino por alcoholemia, y era majísima», dice el presidente, que afirma rotundamente que «esto engancha. Ya es más la amistad que el castigo en sí».
Algunas veces no aparecen
En ocasiones, los condenados no llegan a presentarse a las entidades en las que deben de cumplir la pena impuesta. Sin embargo Gárate insiste en que se trata de casos aislados, y que de hecho de las más de doscientas personas que han acogido tan solo recuerda un par de juicios de esa índole. «No los llegamos ni a conocer. Los vimos por primera vez en el juzgado, pero son casos muy esporádicos». En definitiva, según Gárate la experiencia no puede ser más positiva. Seguirá colaborando con gente condenada a trabajos en beneficio de la comunidad, y siendo todo un referente en su cumplimiento.
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